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. 41 Se levantó, y apenas le sostenían sus rodillas; tenía lívidos los labios: y ba- ñado en sudor frío se acercó a sus dis- cípulos; pero los halló dormidos; el can- sancio los había veneido. Y después de despertarlos, dirigiéndose a Pedro, le di- jo: Simón, ¿no has podido velar una ho- ra conmigo? Velad y orad. Y sin espe- rar respuesta, volvió para proseguir su oración: y allí en la oscuridad se oyeron los mismos sollozos y súplicas. Padre mío, si no es posible que pase de mí es- te cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Acercóse por segunda vez a sus discípulos y ellos dormían. ¿Por qué ? les dijo; pero ellos no se des- dormás! pertaron. Y volvió a paso lento al lugar de su oración. La copa del dolor todavía no estaba agotada. Su tristeza llegaba hasta la muerte. Entonces la misericordia divina se manifestó visiblemente; un ángel ba- jó del cielo y se puso de rodillas ¿jun- to a él, animándole a soportar el último combate. Y Jesús con el rostro en tie- rra multiplicaba sus clamores al Padre, y el Padre parecía haber cerrado sus

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