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abrazo de su Hijo y el amor de su dul- eísima mirada. Consideremos el dolor y aflicción de María. Mira con cuanta aflicción le an- dábamos buscando. Estas palabras pues- tas en boca de María en tono de recri- minación, indican la grandeza de su do- lor. Si mucho sufrió al ver nacer a su Hijo en tanto abandono; si la huída a Egipto le hizo derramar lágrimas de do- lor; si traspasó su alma, como una espa- da la lúgubre profecía de Simeón, todo este dolor se suavizaba con besar aquel divino rostro, encanto de los ángeles. ¡Cuántas veces quedaría extática, con- templando tanta hermosura! ¡Cuántas yeces, al verle dormido, se postraría an- te su cuna y besaría aquella frente que los arcángeles no se atreverían a besar! Y ahora, al perder en un momento todo este consuelo, ¿cuál sería la angustia de su alma? Y al volverle a hallar en Je- rusalén, ¿qué raudales de gozo habrían inundado su corazón? EJEMPLO La señora Araceli Rodríguez Piñeiro hallábase enferma de agudísimos dolo- ] i ,
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