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se maravillaban al oir la doctrina, que brotaba de aquellos labios sobrehuma- nos; y todos sentían que su corazón se incliñaba con misteriosa simpatía hacia aquel desconocido Niño: y el Niño se- guía preguntando con respelo y respon- diendo con modestia. Y entre tanto, ¿dónde se hallaban Ma- ría y José? María y José recorrían las calles y caminos en busca de su Hijo perdido. Al cabo de tres días de amarguísima pena llegan a Jerusalén y allí en el tem- plo, en medio de los doctores escuchan la voz de su hijo. Se adelanta María ha- cia El y con tono de dulce reproche ex- clama: Hijo, por qué te has portado así con nosotros? Mira con cuanta aflicción te andábamos buscando. Y Jesús al oir la voz de su Madre, se levanta y al abra- zarse a Ella exclama: Por qué me bus- cabais? ¿no sabíais que convenía, que atendiera a las cosas de mi Padre? La Madre no comprendió entonces el sen- tido de esta respuesta; pero la guardó en su corazón y recibió con cariño el
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