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Contemplad a María arrodillada a los pies del sacerdote, para que la bendiga y ruegue a Dios que la purifique. Ella, que vió a los reyes de Arabia, de Sa- bá y de Tarsis desceñirse sus coronas y ponerlas a sus pies, para ofrecer ado- ración al Hijo de sus entrañas... Ella, Madre del Mesías, arrodillada a los pies del sacerdote, pidiéndole que la bendiga y la purifique... Al tomar en sus brazos a Jesús el su- mo sacerdote, para presentarlo al Se- ñor, reconoció en el niño al Salvador de Israel; y en un transporte de gozo exclamó: Ahora, Señor, deja morir en * paz a tu siervo, por que mis ojos han visto al Salvador. Y con espíritu profé- tico, refiriéndose al niño, que tenía en sus brazos, predijo que había de ser ocasión de ruina y resurrección para mu- chos en Israel: y luego previendo con intuición divina la muerte afrentosa, a que había de ser condenado, refiriéndo- se a María, la dijo: Una espada de do- lor traspasará tu corazón. Y las lágri- mas asomaron a los ojos de la Madre. Consideremos la obediencia de María.

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