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SABADO CUARTO PURIFICACIÓN Y REDENCIÓN EN EL TEMPLO Había en Jerusalén un an no sacer- dote, llamado Simeón, dedicado comple- tamente al servicio de Dios en su tem- plo. Por la rectitud de su corazón ha- bíase hecho acreedor a que el Señor le prometiera un señalado favor. No mor:- rás, habíale dicho, sin que antes hayas visto al Salvador de Israel. Desde este momento se consideraba feliz en este mundo. La única inquietud, que turbaba el sosiego de su corazón, era un deseo vehemente de ver realizada esa promesa. Cierto día en que como de costumbre prestaba sus servicios en el templo, con- fundida entre otras mujeres, subió Ma- ría con su hijo en los brazos a cumplir el precepto de la purificación y reden- ción, que mandaba la ley.

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