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derosos reyes, guiados por una estrella, con ricos presentes vinieron a prestarle nacido, adoración, pues aunque reciér llegaron a entender que era el Dios de los ejércitos y el Rey de los reyes, cuyo reino no tendrá fin. Consideremos la pobreza y abandono de María y de José. Acaban de llegar de lejanas tierras en cumplimiento de una orden superior y no encontraron una puerta amiga, que se abriese para recibirlos. Un miserable establo fué el lugar más cómodo, que hallaron, a donde retirarse. Sin ropa con que defenderse de los rigores del frío, vense obligados a descansar sobre el duro suelo. Un po- co de paja que sirve de sustento a los animales, es para ellos regalada alfom- bra. Este es todo el lujo de comodida- des que José y María pudieron preparar al Rey del cielo en su venida a este mundo. ¡Oh, cuánta aebía ser la pena, que afligía el corazón de estos castísimos es- posos, al considerar la absoluta falta de comodidad, en que iba a encontrarse el Redentor del mundo!

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