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jo de una santa resignación. No creía posible que Dios pudiera abandonarlos en tan apurado trance y volvió a gol- pear las puertas, y en todas recibió idén- tica contestación. Cansado de tan inútil -tarea, retiróse con su esposa a un mísero portal, mo- rada de animales. Este era el lugar ele- gido por Dios, donde su Unigénito Hi- jo debía ver la luz del mundo, y desde donde debía enseñar a los hombres la vanidad de la pompa mundana. La noche había llegado a la mitad de su carrera, cuando he aquí que un eco de voces celestiales comenzó a extenderse por los espacios: eran las voces de los es- píritus angélicos que cantaban gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. En aquel humilde portal acababa de nacer el Sal- vador. José y María postrados ante El le rindieron la primera adoración. Los pastores de las cercanías de Belén, oye- ron las voces celestiales y avisados por un ángel del grande acontecimiento, co- rrieron a ofrecerle los tesoros de su po- breza; y desde el lejano oriente, tres po-
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