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Capitulo viii. 67 Con €ese deseo debíamos ir también nosotros á unirnos con Jesús en la vida eucarística. Cuando un alma carece de pecado mortal y no tiene impedimento de co- mulgar, y no lo hace por pereza y des- amor, en cuanto está en ella priva á la Trinidad Augusta de loor y alabanza, á los ángeles de alegría, á los pecadores de perdón, á los justos de auxilios y de gracia, de refrigerio á las almas del purgatorio, á la Iglesia de espiritual be- neficio, y á sí propio de medicina y re- medio. Pero sobre todo, priva á Jesús, el dul- ce objeto de su amor, de la suave com- placencia que tiene en venirse á nues- tro corazón. «Vincet amor timorem.» Ved ahí el lema seráfico respecto á la Eucaristía. El amor venza los reparos que puede poner el temor. . Cuando todavía era muy poco fre- cuente la comunión, el seráfico Padre San Francisco, por instinto de amor de- cía y aconsejaba: «Si es alimento del al- ma, sin la cual se debilita y languidece, ¿por qué no recurrir cada día á la mesa

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