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Capítulo VII. 53 nuestra, como el aire que respiramos pa- sa al través de los pulmones, y olvidar- le sería olvidarnos de nosotros mismos. Se ha dicho con gran razón que la Eucaristía «es la gran limosna hecha por Dios á la gran miseria del hombre». Li- mosna necesaria á la vida. ¡Cuantas al- mas católicas están sin vida por ingra- tas, como está sin vida el árbol que no recibe la sávia de la tierra! IL ¿Quiénes son los ingratos? ¿Acaso solamente los pecadores? No. Esas al- mas que van y vienen, pasan con rapi- déz por la Iglesia los domingos, murmu- ran algunas caprichosas fórmulas de oración, y todo como autómatas, con la rapidéz del sonámbulo que tiene apa- riencias de vida real. Esas almas, sin ser malas son ingratas para con Jesús Sa- cramentado. Cuenta la leyenda, que los rayos del sol hacían vibrar la estatua de Memnon en las arenas del desierto de la Libia. De la misma manera, el alma agradecida, bajo los rayos del sol sacramental se

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