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| í i ] B 52 Gratitud y desagravio. de angel». La Eucaristía nos convierte en ángeles de Dios. Pero el hombre es también principio de diablo; y la ingra- titud nos marca con el sello de Lucifer. Si nuestro Dios fuese para con noso- tros un Dios mudo, impasible, retirado de la conversación y del trato familiar, especie de gran Señor, cabía que le fué- semos ingratos; pero siendo como €s un Dios familiar, como que es el «her- mano mayor de la familia>, que llora y que se ríe con nosotros en el Santísimo Sacramento del Altar, que vive con no- sotros y es nuestro mejor amigo; ser in- gratos para ese Dios, es un crimen de lesa bondad. Aquel Dios compasivo, que llevó sus manos á los dos ojos del ciego de Jericó para curarlos, y Se turbó ante el sepul- cro de Lázaro, y habló con amorosa mansedumbre á la Cananea, y dió una exclamación de piedad en medio de las turbas hambrientas, y perdonó la traición de Pedro, y recibió por bueno el tardío arrepentimiento del buen ladrón, ese mismo Dios es el que nos espera en el altar, y contra ese Dios no caben ingra- titudes ni desamores. Su vida pasa á la
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