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Capítulo IV. 35 HL Según el Apóstol, cada uno tiene su cena: «unos quisque suam conam presu- mit ad manducandum>» num quid domus non habetis ad manducandum et biben- dum? Seguramente, en cada Iglesia ó ca- sa de Dios tenemos una cena preparada en el altar. En cada Sagrario está Jesucristo con la mesa puesta esperando celebrar con nosotros la Pascua de su amor. Desde todos los altares nos repite: «accipite et comedite»: tomad, comedme. Sus ansias son grandes, su paciencia tan grande como sus ansias para esperarnos. Mas ¡oh dolor! cuantos Sagrarios donde late el dulcísimo corazón de Jesús Sacramen- tado se hallan desiertos de fieles. ¿Jesús huérfano de adoradores? ¿quién calmará las impaciencias del divino Señor por dársenos en manjar? Cada vez que el sacerdote levanta la hostia, parece que sale de las blancas especies una voz que dice: ¡ste est panis quem dedit vobis Do- minus ad vescendum! este es el pan con que os convida el Señor. No os dió Moisés el pan verdadero del cielo, sino
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