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Capitulo III. 25 son las tres concupiscencias nos ata al pecado; es preciso una fuerza sobrena- tural para romper esas cadenas y practi- car el bien. El camino del cielo es el de- ber. El deber es duro. Pero ¿por qué so- mos débiles ante él? ¿Por qué carecemos de valor para cumplirlo? San Pablo nos lo dice hermosamente, que «por haber alejado de la Eucaristía están muchos enfermos y duermen. Bien quisiéramos mereciesen nuestros cristianos el reproche que el pagano Ce- cilio dirigió á los primeros fieles: «vivís sin las preocupaciones y solicitudes or- dinarias, os «bsteneis hasta de los pla- ceres lícitos; no asistís al teatro; no se os ve en los banquetes públicos; no os coronais de flores, ni haceis uso de los perfumes»..... Pero en aquellos tiempos de fervor la Eucaristía era «el pan nues- tro de cada día.» Entonces, el deber por duro que fuese, era cumplido en medio de las más crueles persecuciones. Pero Tertuliano se quejaba ya en su tiempo de que la molicie del vestido, los baños vo- luptuosos de Roma y la frivolidad de las conversaciones habian resfriado la fé y el amor al deber.

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