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Capítulo ll. 19 Quizás fuese algo pretenciosa la palabra. Más épica que sincera; pero era suges- tiva. Preguntad á Jesucristo qué hace en el Tabernáculo durante los siglos que pa- san en el imperio del mundo ¿Qué hago? os replicará: «Me entrego al lrombre» No le basta á Jesús estarse en el Tabernácu- lo y estarse en pié; se viene al hombre y se entrega á su corazón. sin reservas. ¿Qué haces tú ante el Señor? ¡Oh! Dios mío, yo también me doy... pero al descanso, al egoísmo, á la inacción y á la comodidad... me doy ¡ay! al mundo. No es eso lo que Jesús quiere de tí. Quiere que te des á Él, con grande ge- nerosidad y alientos y que te conviertas en apostol de su amor eucarístico. No se puede ser apostol cruzándose de bra- zos, acariciando la propia dejadez. Es preciso que te des á Jesús, y en las obras eucaristicas. ¡Qué felicidad la tuya si un día pue- des decir: he vivido entregado á la Eu- caristíal Atrincherada en el corazón eu- carístico no te perturbarán las olas de la vida. Conocerás que aquel asilo es tan dulce como inexpugnable. «¿Por qué

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