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del Cuerpo eucarístico. 247 mento lo que en el de la Encarnación. La unión hipostática, que no es misterio menos sublime, se nos presenta ocul- tándose la divinidad, que no destella sus resplandores á través de la humanidad, si bien realmente está en Jesucristo, co- mo dice San Pablo, toda la plenitud de Dios. No sufre menoscabo el cuerpo de Jesucristo eucariístico, aunque no derra- me ni deje ver su gloria sobrenatural de que está revestido lo mismo en el cielo que en el Tabernáculo. Hemos podido observar en muchos teólogos, como De Lugo y Franzelin una explicación de este misterioso ocul- tamiento de la claridad del Cuerpo de Cristo. Es el carácter de víctima que adoptó el Salvador al quedarse en los altares. No convenía la ostentación glo- riosa del cielo al Cordero que se ofrecía en víctima propiciatoria en la tierra. Por eso, la Iglesia recuerda por este hecho el misterio de la pasión: «Recolitur me- moría passionis ejus. + * * Añadamos todavía, que el modo de existir del Cuerpo de Jesucristo en la A,

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