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Capítulo 1. 11 HL. ¿Cuál es nuestro primer deber respec- to á la Eucaristía? Amarla. Pero ¿cómo la hemos de amar, si no meditamos sus excelencias? Entremos pues en el Sancta Sanctorum, descorramos el velo del Sa- grario, miremos dentro de aquel palacio fabricado de amor por el amor. Allí mora el Rey de la inmortalidad; allí las almas reciben la inmortalidad. Ese Dios inmortal no solo está allí como un sol visible, sino que es la misma vi- da. «Ego sum vita» ¡Mortales! corramos á El para no morir. Unámonos á El para no desfallecer, No hay misterio en el cristianismo que cause tan enajenadora emoción como el misterio del altar. Desconcierta todas las ideas humanas, confunde nuestra pobre sabiduría, la es- trecha filosofía que se agota como un río que perdió el manantial de sus aguas. La humildad de Jesús quedándose allí en las condiciones en que quedó es rudo golpe asestado al orgullo humano. Dios en un establo parecía más concebible,
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