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Capítulo Xvill. 135 “¡Oh : amor, cuyos blandos reclamos, cuya fuerza llena de misterios, hirieron mi alma, como hiere la afilada saeta al ciervo que mora en los campos y en las selvas, sin pensar sería cogido del caza- dor!... ¡Oh amor! Y cómo enloqueces las al- mas! ¡Y cómo lastimas los pechos cuan- do la contrición visita al corazón del hombre y hacer la frágil existencia de la mistica esposa, que lejos de amores del mundo y de los regalos del siglo, se consagra al idilio de una vida alta y ce- leste contemplación! ¡Oh! ¡Cuánto se abate un espíritu, y como me confundo en el polvo al re- cuerdo de tus riquezas divinas, y de mis Señor mio Sacramentado y dueño de mi corazón; no conocía yo mi estado, ni me hacía cargo de mi lastimosa situa- ción, hasta que la lámpara de la fé ar- dió con vivísimos destellos sobre el go- razón que te adora..... Sí, te adora... aunque se haya alguna vez vuelto al amor de las criaturas en tiempos que ya
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