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Capítulo XIV. 115 sus abatimientos. ¡Oh maestro, socorred- me! Sed mi gozo y mi alegría. Apartad- me de los encantos que seducen en la vida, pero responded con el acento de la ternura al canto de mi alma, que te dice..... ¡Oh tu, divino prisionero de los altares, amor de mi vida, llenadme de tu alegre consolación! Cuando las ale- grías terrenales me entusiasmen dema- siado y veas que peligra mi alma, ¡oh Dios sacramentado, preparad á mi cora- zón las olas de la tempestad, que salven combatiendo y que obliguen á llegarse á Tí, huyendo de la tormenta! IV. Cada comunión ó cada visita á Jesús, abre en nosotros un surco de luz y de gozo, que es el reflejo de su bondad y de su alegría. Por eso, las almas aman- tes de Jesús, llamaban al día de la comu- nión «el día de su felicidad.» El corazón de Jesús es un vaso lleno del riquísimo licor, con que embriaga las almas, como á la esposa de los can- tares. Es el licor que engendra vírgenes, y las vírgenes son la expresión de la be-

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