BCCPAM000R01-1-08p21d00000000

«Suba al cielo el canto unísono y potente de nuestro pueblo, como el fragor de las olas del mar, expresión armoniosa y vibrante de un solo corazón y una sola alma, como conviene a her- manos e hijos de un mismo Padre.» (Pío XIl, Enc. «Mediator Dei».) NOTA DEL AUTOR Soy un Sacerdote Capuchino navarro, que ha ejercido su sagrado ministerio en Chile durante más de 30 años. Soy además bastante aficionado a la música, habiendo escrito y publicado muchas composiciones, tanto religiosas, como profanas. En aquella joven República y de parte de una Curia Diocesana, tenía el encargo de componer una misa en castellano. No la compuse en seguida, por estar revisando ur- gentemente, en horas libres de mis ocupaciones habituales, una colección de mis obras corales (concretamente, 65 cantos, profanos o festivos en su mayoría, a 4 y 5 voces mixtas y unos pocos a voces iguales), que la famosa «Editorial del Pacífico» de Santiago de Chile quería publicar en dos tomos; y, además, por no disponer del texto oficial cas- tellano, que lo estaban preparando. Poco después, en compañía de otro Religioso, me tocó venir a España. Al llegar a uno de nuestros Conventos de Zaragoza y expresarle mi nombre al Padre que amablemente me recibió, exclamó éste: —¡Ah! ¿Es usted el músico? Pues se da la casualidad de que hace algunos días, estábamos diciendo: «Cuanda venga el P. Angel de Arruazu, le vamos a hacer un homenaje». —¿Por qué?, le pregunté yo, y él me contestó con viveza: —Pues, por la preciosa «Misa de Difuntos» que usted compuso, y que aquí can- tamos casi todos los días. ¡Qué bien estaría, agregó luego, que compusiera usted ahora otra misa tan bonita como aquélla, pero en castellano! No eché en saco roto aquel deseo, como tampoco el de otras personas religiosas y amigas, y cuando, después de algún tiempo, conseguí el texto oficial castellano ydis- puse de unos días de sosiego, escribí, a falta de una, dos misas: una festiva y otra de difuntos, pero con sentido eminentemente práctico: a una voz y muy breves, muy fáciles, como escritas principalmente para el servicio del pueblo cristiano, para facilitar, con- forme a los deseos de la Iglesia, su «participación activa» en la Celebración Eucarística. Para realizar mejor mi cometido, utilicé el estilo del canto gregoriano, «supremo modelo de música religiosa», pero adaptándolo al ritmo del texto castellano y a las posi- bilidades artísticas del destinatario, no muy versado generalmente en achaques musicales. Aunque escribí ambas misas, para ser cantados, en forma dialogada, por un Coro de voces viriles y por la Asamblea de los fieles, compuesta de ordinario de voces mixtas, es evidente que habrá que acomodarse a las condiciones del público asistente y variar según las circunstancias lo aconsejen. Como es obvio también, el organista deberá ligar o unir, en la línea melódica, todas las notas de igual tesitura. ¡Ojalá haya logrado, con mi modesto trabajo, complacer, por una parte, a las personas a las que antes he aludido, y contribuir, por otra, a la «intención pastoral» de la «participación activa y plena» de los fieles en el Acto cumbre del Culto Católico! San Sebastián, 29 de junio de 1967. Festividad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. AN

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz