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— 47.— nujeres que se habían arrodillado devo- tamente delante de las rocas. A la hora “acostumbrada, hácia la salida del sol "Hegó Bernardita. Gracias á los esfuerzos E que hice, pude, no sin harto trabajo, po- E nerme en primera fila, cerca de ella. Arro- ' dillóse con naturalidad sin turbarse ni aturdirse por la muchedumbre que la ro- deaba, sacó un rosario y principió á re. zaíflo. Bien pronto sus ojos parecieron re- cibir y reflejar una luz desconocida, que- dándose fija, y deteniéndose maravillada, extasiada, radiante de felicidad, en la abertura de la roca. Miré en aquella di- rección y nada ví, á no ser las desnudas ramas del rosal silvestre. Y no obstante ¿qué os diré? Ante la transfiguración de a niña, todas mis preocupaciones ante- iores, todas mis objeciones filosóficas, to- das mis negaciones preconcebidas, caye- ron de un golpe, haciendo lugar á un sen- timiento extraordinario que me sobreco- gió á mi pesar. Sentí la certidumbre de > que allí se encontraba un ser misterioso.

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