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=: 27= paro de su Padre. Serian como las dos de la tarde; el sol habia retira- do sus rayos desde que Jestis habia sido elevado en la cruz, como ho- rrorizado del tremendo crimen, que se estaba perpetrando en el mundo, y las tinieblas se habian extendido por toda la tierra. En la cumbre del Calvario reina un si- encio solemne mientras la_divina ‘victima se va consumiendo en el fuego de su caridad, cuando he aqui que abre sus labios para de- jar escapar de entre aquellas lla- m s de amor una que,a amarguisi- ma: «Dios mio, Dios mio, dice a gr: ndes gritos, gpor qué me habeis desamparado? » Grande es preciso que sea esta - pena de Jestis, oh alma mia, para que asi se queje de ella con palc- bras tan sentidas. El, el Hijo aman- tisimo, en quien su Padre tiene to- das sus complacencias; El, el Se- nor universal de todas las cosas, que de ninguna tiene necesidad; El, el que consuela a los tristes, y

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