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42 Bien pronto sus ojos parecieron reci- bir y reflejar una luz desconocida, quedandose fija, y deteniéndose ma- ravillada, extasiada, radiante de fe- licidad, en la abertura de la roca. Miré en aquella direccién y nada vi, a no ser las desnudas ramas del rosal silvestre. Y no obstante {qué os diré? Ante la transfiguracién de la nifia, todas mis preocupaciones an- teriores, todas mis objeciones filosé- ficas, todas mis negaciones preconce- bidas, cayeron de un golpe, haciendo lugar a un sentimiento extraordi- nario que me sobrecogié a mi pesar. Senti la certidumbre de que alli se encontraba un ser misterioso. Si- bita y completamente transfigurada Bernardita, no era ya Bernardita; era un angel del cielo. Su actitud, sus movimientos, sus menores ade- manes, su manera, por ejemplo, de hacer la sefal de la cruz, tenfan una nobleza, una dignidad, una grandeza tan admirable, que si en el cielo se persignasen, s6lo pueden hacerlo co-

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