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31 del nicho. A los pocos momentos transférmase su rostro, volviéndose radiante; todas sus facciones elévan- se, y como si penetrase en una regién superior, expresaban sentimientos que no son de este mundo. La boca entreabierta, estaba como petrificada de admiracién; sus ojos fijos y biena- venturados contemplaban una her- mosura divina que ningtin otro vefa pero que todos presentian, viéndola, por decirlo asf, en la reverberacién de la cara de la nifia. A su lado se hallaba el Dr. Dozous y al verla en esta situacién, la obser- va detenidamente, la toma el pulso, y después de un rato exclama: ‘‘No, ésta no es la rigidez de la catalepsia; aqui no hay excitacién febril, ni el éxtasis inconsciente de los alucina- dos; aqui hay un hecho extraor- - dinario completamente para la me- dicina.”’ En aquel momento, la nifia arro- dillada algunos pasos, y avanza en esta actitud, hacia el interior de la <jpiectmaaiaai
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