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19 el fuego del divino amor y llena a aquél de divina claridad y luz celes- tial: es agua de bendicién, cuyo riego hace reverdecer y florecer las plantas de los buenos deseos, lava nuestras almas de las pasiones que tiene el corazon. “Oremos”’ dijo Bernardita, “y pa- ”? semos el rosario’. Oremos tam- bién nosotros con ella y seamos cons- tantes en la oracién, pues sdélo asf — podremos vernos libres de los lazos y asechanzas que continuamente nos" esté armando nuestro infernal ene- migo. Oremos sin intermisién, ¢o- mo nos lo aconseja el Apéstol, y ore- mos con fervor, porque los tiempos en que vivimos son malos, y la tem- © pestad arrecia por momentos y sdélo con la oracién podremos salir ilesos _ de entre tantos peligros a que esta- mos expuestos. Meditese sobre lo dicho y pida cada uno la gracia, que desea alcanzar por medio de esta Novena. ee ew
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