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V ia grandiosa crestería de la cordillera de los Andes se ha ilu- minado repentinamente, y en uno de sus inmensos picachos de nieves eternas, de un volcán, como en una corona real, ha engarzado el sol su enorme brillante. Suena el tamboril, llenando ágilmente el perezoso silencio de la madrugada. Y una melodía alegrísima raya con la luz de su sonido exótico el cielo siempre azul de Chile. Pasa al trote un gran piño de unos cien robustísimos caballos, como marcando sordamente el compás con sus sonoros cascos. Sobre el establo caliente, lleno de bramidos, un bosquecillo de eucaliptus se incendia con el oro matinal del sol de otoño. Y las her- mosas vacas clavan sus ojazos en cl músico capuchino, que pasa feliz tocando su alborada, mientras la campanita de la capilla llama dul- cemente a misa. Por la orilla del río Chimbarongo una gran hilera de altísimos álamos parece caminar rítmicamente, como gigantes amarillos avan- zando hacia el oriente. Y en las márgenes del Tinguiririca una ban- dada de blanquísimas garzas escucha inmóvil la inesperada música. Las ventanitas de las casas se cuajan de caras infantiles semi- despiertas, que miran sonrientes a través de los cristales. ES Quince años ya en la bella y querida tierra de Chile, el misionero ha encontrado en el txistu y el tamboril los colaboradores más efi- caces de sus trabajos. En las catequesis, en las procesiones, en las manifestaciones re- ligiosas de todo orden y en los regocijos populares, que les suelen acompañar, la flauta y el tamboril de los vascos han sido los grandes auxiliares para atraer dulcemente hacia lo divino al pueblo chileno tan hospitalario, simpático y cristiano. Al preparar la tercera edición de mi método de txistu he querido prologarlo en medio de la gran viña del fundo de mis aristocráticos amigos chilenos Eguiguren-Valdés, en cuyo acogedor y elegante hogar he gozado desde el año 1937 las dulzuras de la más estrecha amistad. No pensé nunca volver a dedicarme a estas queridas chifladuras de mi juventud, ocupado como estoy en cosas más transcendentales, y viviendo tan lejos de mi país inolvidable y adorado. Pero las grandes instancias, con que me lo han suplicado las casas de música de Pamplona, San Sebastián y Bilbao, han hecho que me decida y que lo haga con mucho gusto. En la parte literaria añado un estudio, que escribí el año 1933, sobre la iconografía del txistulari en los monumentos arqueológicos del País Vasco. En la parte musical pongo una sencilla biribilketa, escrita para la vendimia de Cunaco el año 1944 y alguna otra piececita sin importancia, como la última biribilketa que compuse en Navarra, el año 1936.

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