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¿ 36 H SS di e ys Se ui 36 ui 6 y 6 PR 6 y e PR Se Mi Se Mi e Mi a y e ) A la memoria de mi hermano R. P. Augustinus O. de Liza- rra, que introdujo la danza vasca como la mejor gimnasia artís- tica de sus pequeños alumnos de Lecaroz. PRE OD OTIVOS de pedagogía, impulsos de estética musical y razones sentimentales y de moral cristiana, pusieron en mis manos, hace aleunos años, una sencilla txulubita o txistu de boj, de los que bellamente construye Biurrarena, el viejo truntxunero de Ixkibo en Aranaz. Un pedazo de papel, unos cuantos días de constante soplar, y al cabo, ví con grata sorpresa cuán fácil y agradablemente brotaba la risueña melodía de una danza vasca. En una semana, mi primer discípulo de txistu, Miguel José Garmendia, Se puso en disposición de acompañar las ágiles danzas de sus compañeros, en las festividades del colegio. Luego nunca me ha faltado un grupo de alumnos, que en breves ratos de recreo, en un rincón de los campos de juego, junto al verdor fresquísimo de los opulentos maizales y ante los hermosos montes de Baztán, se han adiestrado en tañer la dulce flauta de los vascos. Enviados por algunos párrocos de las cercanías, celosos de la moralidad y de las tradiciones de sus pueblos de Baztán, varios niños han aprendido rápidamente el txistu, bajo mi dirección, sin apenas saber solfeo. Fruto de esta experiencia y de lo que he podido enterarme de varios txistularis de Baztán, Leiza, Auritz-berri (Espinal), Ulzama, Arrarás, Betelu y Labayen, a quienes he tomado y transcrito su re- pertorio, son estas sencillas instrucciones que publico, y que tuve la fortuna de ver premiadas el año 1927 en un concurso de la revista EUSKALERRIAREN ALDE. Sirvan estas explicaciones para los que se sonrían, ya de com- placencia o ya de extrañeza, al ver a un sacerdote-religioso, hijo de la vieja ciudad de Estella, clásica por sus jubilosas, alborotadoras y poéticas gaitas, (¡oh sonidos deliciosos y lejanos de la blanca infancia!), dando lecciones de txistu, el instrumento popular y humilde, pero de rancias esencias aristocráticas. A fe, que me siento bien franciscano al llamar “mis hermanos” a los txistularis. “¡A honra de Cristo y de su pobrecito Francisco!”

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