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XXXII Efectivamente, realizado un viaje a ese pueblecito de los Bajos Pirineos, con gran alegría fué encontrada en un capitel, escondida tras la. verja de hierro forjado que cierra el presbiterio, la estatuilla de un juglar. Tañendo su flauta recta primitiva, se halla aleegrando la soledad de personajes y inonstruos, que esculpidos en piedra se cobijan bajo las naves románicas de la ielesita del sielo XI. Ese pueblo se alza colgado, como nido de águilas, en los contrafuertes pirenáicos, que separan la bella región de Zuberoa. Sus ríos de frío cristal reflejan al mismo tiempo el verde esmeralda de sus prados y las lejanas cumbres del Roncal oriental. Merced a la exquisita amabilidad de Mr. Soulé, de Tardets y de Mr. L'Abée Etchegoien, digno Párroco de Sainte Engrace (para los cuales guardamos toda nuestra gratitud) y a sus interesantes y amplios conocimientos, pudimos documentarnos y comprobar que, aun cuando el pétreo músico no usa instrumento de percusión, como tamboril, tamburia, tun-tun o salterio, por la posición de su mano izquierda en el extremo inferior del instrumento y otros detalles, se trata de un auténtico txistulari, conductor sabio de las antiquísimas danzas su- letinas. Está situado entre dos épocas tan distantes como la del prehistó- rico músico de la caverna de Isturitz y la del contemporáneo Onnaintz, de Tardets.
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