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14 aquella que vino a traer Cristo, el cual dijo: «Mi paz os doy; mas no Os la doy como la da el mundo.» El acuerdo entre los Esta- dos y entre las clases sociales establecido por los hombres, no puede durar ni tener fuerza de verdadera paz, si no tiene por base la tranquilidad de los espíritus; y esta no puede existir sino a con- dición de que sean refrenadas las pasiones, engendradoras de toda . suerte de discordias. ¿De dónde nacen las guerras y las con- tiendas entre vosotros, pregunta el apostol Santiago, síno de vuestras concupiscencias que militan en vuestros miembros? . El verdadero orden que constituye el fundamento de la paz universal, consiste en regular rectamente ls elementos de la na- turaleza del hombre, de modo que no sirva él a sus concupiscencias, sino que las domine permaneciendo obediente y sujeto a la voluntad divina; esto es efecto de la virtud de Cristo, que se muestra con maravillosa eficacia en la familia de los Terciarios Franciscanos. Porque, como hemos dicho, esta Orden tiene por fin, guiar asus socios a la perfección de la vida cristiana aun en medio de las ocupaciones del mundo (pues la virtud no es incompatible con ningún estado de vida;) por eso, cuando son mu- chos los que viven conforme a esta Institución, se sigue necesaria- mente que sirven de grande estímulo a aquellos entre quienes mo- ran, no sólo para cumplir con su deber, sino para que procuren una perfección mayor que la prescrita por la ley ordinaria. La alabanza que Cristo nuestro Señor tributó a sus discípulos, sobre todo a los más adictos, diciendo: No son de este mundo, como tampoco yo soy de este mundo; con toda razón se puede tributar a aquellos Hijos de S. Francisco, que observando los consejos evangélicos con verdadero espíritu en cuanto es dable observarlos en medio del mun- do, pueden afirmar lo mismo que el Apostol: «Vosotros no recibi" mos el espíritu de este mundo, sino el espiritu que procede de Dios.» Por lo tanto, alejándose cuanto puedan del espíritu del mun- do, procurarán por todos los medios hacer penetrar en la vida or- dinaria, el espíritu de Jesucristo. En medio de la gran relajación de costumbres, dos son hoy día los vicios dominantes: el amor desmedido a las rique- zas y la sed insaciable de pla- ceres. De aquí la gran degradación de nuestra siglo, que mientras realiza continuos progresos encaminados a aumentar las comodidades y

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