BCCPAM000R00-4-05p01d00000000

1 mero, con la ayuda de Dios y resultado telicísimo, el plan de hacer la vida religiosa asequible y común a todos los fieles; cosa que antes ningún fundador de Orden religiosa había pensado. A este propó- sito observa muy bien Tomás de Celano: «Fué San Francisco artí- fice consumado, digno de toda alabanza, con cuyo ejemplo, regla y doctrina, se renueva la Iglesia de Cristo en los fieles de uno y otro sexo y triunta la triple milicia de los es- cogidos.» Por este testimonio de un varón tan esclarecido y virtuo- so, comtemporáneo del Santo, haciendo caso omiso de otros, fácil- mente se deja entender cuán profunda y universal fué la conmoción que Francisco causó en los pueblos y cuán grande y saludable con- versión obró en ellos. Así pués, no puede dudarse que S. Francisco fué el fundador y legislador sapientísimo de la Orden Tercera, co- mo lo fué de la Primera y Segunda. En esta grande Obra le ayudó, como es sabido, el Cardenal Ugolino, que después ilustró esta Sede Apostólica con el nombre de Gregorio IX; el mismo que habiendo tratado familiarísimamente con el Santo mientras vivió, después de su muerte, cubrió súu sepulcro con un hermoso y magnificentísimo templo. Nadie ignora tampoco que la Regla de la Orden Tercera fué aprobada canónicamente por nuestro predecesor Nicolás IV. Pero no es nuestro intento extendernos en esto, venerables Hermanos. Nuestro principal propósito es hacer resaltar el carácter y espíritu peculiar de esta Institución, de la cual la Iglesia espera, como en los tiempos de San Francisco, grandes ventajas para el pueblo cristiano en esta época de tanta adversidad para la Fe y la sana moral. Aquel profundo conocedor de las cosas y de los tiempos, León XIII, nuestro predecesor, de feliz recordación, con el fin de hacer más asequible a todo género de personas la Regla de los Terciarios, mitigó prudentemente di- cha Regla en la Constitución Misericors Dei Filius del año 1883, «según las actuales circunstancias de la sociedad» variando algunas cosas de menor importancia que no se acomodaban a la vida actual; «sin que por esto, dice, nada esencial se haya quitado a la natura- leza de dicha Orden, que queremos quede inmutada e íntegra.» Toda mutación fué extrínseca, y nada toca a la sustancia de dicha Regla, la cual persevera como la quiso su santísimo fundador. Creemos que el espíritu de la Orden Tercera, saturado de sa- biduría evangélica, contribuirá al mejoramiento de las costumbres 4 Públicas y privadas, si vuelve a florecer entre los fieles, como en

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz