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10 moraba el Centenario del Santo de Asís con piadoso entusiasmo de todos los buenos, recordamos gratamente que quisimos ser inscritos entre los Hijos del gran Patriarca, tomando el santo hábito de los Terciarios, en la insigne Basílica de Santa María de Araceli, regida por los Frailes Menores. Y ahora que por voluntad divina nos vemos elevados a la Cá- tedra del Príncipe de los Apóstoles, aprovechando gustosos la oca- sión que se Nos ofrece, exhortamos a los hijos de la Iglesia que abracen este Insti- tuto de tan gran Santo, y que permanezcan fieles en él, ya que tan admirablente correspon- de a las necesidades de la sociedad actual. Primeramente es necesario que todos tengan una idea exacta del carácter y espíritu de San Francisco. Decimos esto porque ahora se lia querido proponer como modelo un Santo retratado a gusto de los modernistas, poco afecto a la Santa Sede y matizado de un ascetismo vago e inútil. Ese, ni es Francisco de Asís, ni Santo. Los insignes e imperecederos beneficios de S. Francisco para con el Cristianismo, por los cuales es considerado como sostén dado por Dios a la Iglesia en una de las épocas de mayor peligro, tuvieron su comple- mento en la Orden Tercera, en la que resalta mejor aún que en otras empresas, la magnitud e intensidad de su ardoroso celo en la propagación universal de la gloria de Jesucristo. La Orden Tercera, medio de res- tauración. En efecto, considerando los males que afligían entonces a la Iglesia, se propuso con voluntad firme renovarlo todo conforme a los principios cristianos: para conseguirlo, fundó dos Ordenes, una de frailes y otra de religiosas, que con votos solemnes, abrazasen la humildad de la Cruz; mas viendu que los claustros no podían dar cabida a las muchedumbres que venían ávidamente a ponerse bajo su dirección, buscó modo de dar a los que vivían en medio de las agitaciones del siglo, una norma de vida con que pudiesen alcanzar la perfección cristiana; y fundó una verdadera Orden de Tercia- rios, no como las dos primeras, ligadas con votos religiosos, sino a semejanza de ellas, adornada con la sencillez de costumbres y el es- píritu de penitencia. Y asi 5. Francisco concibió y ejecutó el pri

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