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munión de hoy sea dichosa..., llena de frutos de santidad ..., llena de amor... Ya vienen los Coros... madrugadores ... ale- gres. ¡Cuánto puede el amor!... Cada Coro en su sitio... De doce en doce... Todos completos... Silenciosos... Devotos... ¡Benditos Jueves!... Van a celebrar la «Gran Cena» con Jesús. Van a cantar al «amor de los amores»... ¡Señor!, concededme hoy los mayores deseos de comulgar... El buen apetito... señal es de salud... ¡Señor!, que jamás deje yo la comunión por «inapeiente»... Alejasteis de mi el pecado; ahora, dadme grandes deseos de comulgar. ¡Fuera timideces y congojas! «El temor, dice San Francisco de Sa- les, es bueno; la confianza es mejor». La desconfianza en la confesión seria una desgracia; en la comunión... un contrasentido. Al pecador desconfiado se le dice: confiésate y ha- blaremos después. Al comulgante retraido, se le dice: comulga... y nada más. Por dignos, ni los mismos ángeles comulga- rían. Pero, ¿cómo vivir sin comer?... ¿Quién me hará aborrecer el pecado? ... ¡Tan carnal y te- rreno que es este corazón!... Tan ambicioso y vano, tan enfermo, tan inclinado al mal... ¿a dónde iré?... ¿Quién me curará?... ¿Quién me dará virtud sino mi Dios Sacramentado? ¡Sí, Jesús mío!... Mi alma está enferma...
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