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y GA manos... sólo dos: el celebrante y un monago. Después... el silencio... ¡Hasta mañana! Y así siempre. ¡Solo y abandonado Jesús! Mas no podía durar tanta infamia. El amor debía ser amado. El Dios del Sa- cramento debía ser venerado. Y vinieron los «Jue- ves»; y sus ecos de “amor y gratitud llegaron... a un alma hasta entonces ignorada; llegaron en una Hojita de propaganda... ¡Que hable esa alma! —Me encargaban... que amara a Jesús... Y dije que si. Que llevara una chispa de amor al Sagrario ... y dije que si. Y desde entonces ya Je- sús no está solo; cada Jueves acudo a la cita, vOy al Sagrario. ¡Es el día de amor! Desde entonces el toque de oración ya tiene otros ecos. El Cura... suspira... pero ya no tan triste. Por su mano trémula pasó aquella ho- jita de amor y esperanza. Se ha dado cuenta... o presiente la Obra de los Jueves. Es ya... el segundo... el tercero... el cuar- to, que invariablemente acudo a la cita. Mi alma confiesa y comulga con anhelos de transformación. Terminada la Misa, lee el esperanzado ministro lo siguiente: «Jesús mío: Queremos reparar las in- gratitudes de los hombres, el abandono de los Sa- rios. Queremos amaros por los que no os aman. Queremos adoraros y desagraviaros. (Queremos comulgar en este día con especial fervor; santificar

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