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E ¡Sus hijos!... ¿Dónde están sus hijos?... ¿Saben ... que son hijos de Dios? ... ¿Saben que por ellos, por su amor mora en el Sagrario? No lo saben, por eso lo abandonan, y lo desprecian, y lo ultrajan. Desde aquella mansión se oyen blasfemias; alabanzas ... nunca. Más que Sagrario... es una cruz; un nuevo calvario. ¡Siempre... abandonado de los suyos! Entonces... por temor; ahora por ingratitud. ¡Jesús siempre solo! ¿Dónde están sus hijos? ¿Dónde sus fieles? ¿Dónde sus amigos? : ¡Pobres gentes! Afanándose en el trabajo ... siempre mirando a la tierra... nada para el cielo. Hasta el corazón de la mujer ha dejado de «amar al amor»; hasta el niño, ¡pobres niños!... ¡Tanto que les ama Jesús!... pero... ¡no les en- señan a pensar en El! ¿Y el ministro sagrado?... ¡Llora entre el vestibulo y el altar! Razón tiene. Mas todo no debe ser llorar, porque todo está perdido. De tejas abajo... sí. Véase el cuadro: Entra el párroco en el templo muy de ma- ñana; atiza la lámpara del Tabernáculo; suspira hondamente; mira en derredor... y su alma, con escalofríos de muerte, se deprime en tristezas ho- rribles; toca las oraciones pidiendo al Cielo que despierten las conciencias... ¡El templo sigue de- sierto! Se celebra el Santo Sacrificio: seres in- visibles habrá muchos junto al altar; seres hu-

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