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a Hay en el calendario cristiano un día de ver- dadera magnificencia conmemorativa de la «Cena»; el día más santo, el más grande, el más rico en amor... Pero, además de este gran Jueves, el «Jueves Santo», creáronse otros solemnísimos: el «Jueves del Corpus» y el de la «Ascensión». La Iglesia habíase propuesto honrar este día de la semana, que entraña el recuerdo más augusto. El Jueves era el día de la Eucaristía. Pero hacía falta una Obra, una Institución que así lo procla- mase, y esta ha sido la de los «Jueves Eucaristi- cos», aprobada por la Iglesia y aceptada con en- tusiasmo en todas partes. Claro está que hoy menos que nunca pueden evitarse las desconfianzas cuando se trata de im- plantar alguna devoción nueva; sin embargo, los «Jueves» hallan de par en par las puertas y los co- razones. Los «Jueves» triunfan: primero, porque tienen razón; segundo, porque los pueblos se la quieren dar, y aun les concede «los privilegios de la moda»; y finalmente, porque llegaron a tiempo. Era su hora. El mundo estaba de lleno en la comunión frecuente y ha querido celebrar cada se- mana el recuerdo de fa institución del Sacramento, inmortalizar la hora y el día en que Jesucristo obró el más estupendo de los milagros, la expansión más prodigiosa y tierna de su amor. ( Sea enhorabuena, Zaragoza, el porta estan- darte de los «Jueves»... y si el mundo entero ben- dice la hora en que la Santísima Virgen vino a ella en carne mortal, trátase justamente de celebrar el día y la hora en que Jeoús oe hizo pan para dar- nos vida. Justo será que los cristianos comulguen ese día por gratitud, que los devotos y adoradores
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