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— 23 lacite in meam commemorationem»... Palabras cumplidas y entusiasmadoras que reteñian al oido de los apóstoles durante su retiro del Cenáculo, primera Iglesia, primera Catedral, primer tabernácu- lo donde el celebrante fué Cristo y los discípulos los primeros dichosos comulgantes. Alli se hizo la primera comunión del mundo, y aquella comu- nión preparada y repartida por el mismo Autor de la Eucaristía, debe ser norma y pauta para las grandes comuniones. No se nos diga que con el número «duodenario» hemos hecho alguna novedad, Es la forma escogida por Jesucristo; es la forma evangélica; es el tipo acabado y consagrado por la práctica en lo más remoto y en lo más divino de la vida cristiana. En esta época de paganiza- ción hemos retornado a la edad primitiva y hemos hallado en el Código Evangélico la mejor fórmula de comulgar. No es fórmula «arbitraria»... Es la gran fór- mula cristiana, cuya importancia histórica y dog- mática reviste hermosos caracteres de protesta con- tra los sectarios que niegan a la «Cena» de Jesús su divina significación. Los coros duodenarios son, pues, de origen divino, digámoslo. así, en cuanto que el primero lo preparó Jesucristo. VIII. — «EL APOSTOLADO» Y decimos que los «Jueves Eucaristicos», COr- tados y moldeados en el Evangelio forman una obra apostólica; y tienden a «apostolizar» la de- voción. «No todos los socios» están obligados a lle-

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