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a siglos; como hoy se cuentan por decenas, podían contarse hasta mediados del siglo xIX por centenares y por millares. Archivados existen aún muchos de los documentos que hacen honor y gloria á la V. O. T., sobre todo enaquellas provincias de Castilla y en especial en la ciudad de las letras y artes, que se re- cuesta blandamente á orillas del Tormes, la Koma la chica, la llamada Atenas la palma á todas española, Salamanca, cuyos terciarios acaso hoy mismo, llevan las demás corporaciones similares en entusiasmo y alientos. Empero, nuestra idea recobra alas y se extiende con mayor holgura en otras naciones, donde si el mal es grande, si son grandes las crueldades y orgías del sectarismo, es también imponderable el esfuerzo de los terciarios para libertar de la hircana hiena del error el tesoro de la fe. Es preciso establecerse en un terreno conveniente para no alejarnos de las tradiciones de nuestros antepasados en los momentos estos, en que, los peligros que corre la causa del bien demandan nuestro concurso. Pío IX escribiendo al director de la Revista terciaria Anales franciscanos hacía notar que esperaba que serán los terciarios de hoy lo que fueron los de ayer; que alimentaba la esperanza consoladora de que por la V. O, T. triunfaría la Iglesia de sus enemigos; y Mr. de Segur, que distaba mucho de ser un miope y había penetrado en lo pasado y mirado lo presente, añadía de su parte que la V. O. T. era la esperanza del mundo. Estas son también las esperanzas que abrigaba León XI; y por eso publicó cuatro Encíclicas, donde expuso las ventajas y provechos que el mundo puede reportar de la propagación y florecimiento de esta creación franciscana, siempre con singular cuidado recomendada por los Sumos Pontífices. En ellas verá quien las lea aquel cariño con que León XIII subía la cuesta del Alverne anheloso de buscar en las alturas de aquel franciscano calvario encendimiento en el amor de Dios, inspiración para las obras de restauración social y alegría para. su espíritu fatigado por los trabajos del ministerio. Verá las alabanzas que el sabio Papa tributa al pobrecillo de Asís, la importancia que concede á sus fundaciones, las riquezas espirituales con que rodea á sus miembros. ¿Quién al hojear las pági- nas de la encíclica Auspicato no siente sobre su alma el peso de la admiración más profunda hacia San Francisco? ¿Quién al repasar las de Misericors Dei Fi- lius no exclama que ha aparecido sobre la tierra un nuevo fundador é impulsa- dor de la Venerable Orden Tercera Franciscana? ¿Quién al meditar el docu- mento ZZumanum genus no se convence de la misión providencial que debe realizar contra las sectas el espíritu terciario? ¿Quién al pensar en el Quod auctoritate no se persuade de la confianza grandísima que tenía el Pontífice de los obreros y de las Encíclicas en la acción y méritos de la institución á que es táis afiliados? Es, pues, necesario, ó renunciar á las glorias y tradiciones de la V. O. T., 6 secundar resueltamente las esperanzas pontificias. ¿Cómo? Presen- tándonos expeditos para el combate: expediti pergite coram Domino ad pugnam. Esto exige la condición de los tiempos, y en eso están fundadas las. espe- ranzas Pontificias.

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