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—A — lucha. No sabemos si la paz asomará después de la batalla; no sabemos las horas ni los minutos que en el reloj divino han de señalar el momento de la paz; lo que sabemos, lo que nadie puede ignorar, es que la condición de los tiempos actuales es de lucha y de una lucha sin tregua. Envuelve esa lucha un peligro inminente para la humanidad desde el ins- tante en que se ha puesto por finalidad del combate la destrucción del reino de Jesucristo. Jesucristo es la verdad, y fuera de él no hay más que el error. 41 error—es- cribe Augusto Nicolás—es el principio del mal social. Pero Jesucristo no puede ser vencido; quien podrá ser vencido será el bien social si decae el imperio de la verdad. Es ley de la historia la contradicción de los enemigos de Dios y la per- secución de los enemigos de la cruz contra Jesucristo y su Iglesia. Jesucristo es el centro de la historia y en él convergen todos los ataques y él recoge todas las victorias. Ante él pasan los ejércitos del mal, como pasaban los judíos cuan- do estaba en la cruz, pero Él sigue siempre lo mismo sin perder un punto de su autoridad y soberanía. Según el P. Lacordaire, Jesucristo en medio de las persecuciones no hace más que dos cosas: «vivir con su propia vida divina y después, ya sea con san- gre, ya con el olvido, ya con la ignominia, derribar en el sepulcro todo lo que no sea Él.» La cruz sobre la que se sienta, ha visto pasar delante de sí muchas tem- pestades, pero hasta ella no ha podido llegar ningún naufragio. Cuando en la mar de la historia ha ocurrido algún naufragio, en aquellas horas tristes de universal acabamiento, ella sola ha flotado sobre las aguas y encima de ella se han salvado los hijos de los mártires que la confesaban y adoraban. Lo que siempre-ha-sucedido.sucederá ahora, porque el reinado de la Iglesia de Jesu- cristo ¿n eternum non dissipabitur. Jamás tendrá acabamiento. Mientras Dios convierte en gusanos las entrañas vivas de los Antiocos que poco antes se imaginaban poder coger con las manos las estrellas del cielo, la Iglesia entonará el canto de la victoria y se cubrirá de laureles con su manto teñido con la sangre de sus héroes. En estos postreros tiempos, la prosperidad creciente que rodea á las nacio nes prevaricadoras hace más temible el combate. Se han multiplicado las má- quinas de guerra; se han tomado posiciones fortísimas en el campo de las ideas; la revolución inspirada por Satanás, su padre, aspira á preparar un Sedán para la causa de Jesucristo. Se ha dicho que ya no puede brillar la estrella que alumbró por veinte si glos los campamentos de Israel; que la ciudad de la fe no puede prevalecer contra la ciudad de las ciencias; que Roma no puede poner cadenas á las nacio nes que han saludado en el Oriente .*, la redención de la Libertad. Hace más de treinta años que ese Oriente *. ha dado á Roma la esclavitud... Julio Ferry dijo en la logia Clemente Amistad que era menester que Roma la ultramontana sucumbiera para siempre, y á la voz de aquella consigna masónica se abrió á cañonazos la brecha de la puerta Pía. El 20 de Septiembre las tro- pas de Víctor Manuel á las órdenes de Cadorna se apoderaron de Roma y
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