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97 da. también él debe hacer la misma deducción: aquí encaja y €s obligatoria la interpretación am- plia, favorable a que se hallan sujetas, como lo muestran las reglas auténticas que hemos trancrito arriba, las gracias y concesiones de esta naturaleza. Cierto es que hubo diversas opiniones entre los teólogos: quiénes defendieron la necesidad de cinco, de seis y hasta de siete Pater y Ave; quiénes de tres solamente, y muchos han venido sosteniendo y proclaman que solo un Padrenuestro u otra 0ra- ción cualquiera, llenan el fin apetecido. Pero dando por repetido aquí lo manifestado al principio acerca del valor de tales pareceres, será permitido hacer notar que entre los mantenedores de las sentencias que juzgamos equivocadas, se observan dos hechos que no deben de carecer de significación: es el uno, el decrecimiento constante de su número, pues- to que a ojos vistas desertan de sus viejas posi- ciones, señaladamente desde la promulgación del vigente Código Canónico, para venir a tomar más discreta postura en el campo de la verdadera ra- zón; el otro consiste en la ausencia de argumenta- ción y base en su escuela: a malas penas surgo uno «que se moleste en razonar su dictamen y €x- hibir los fundamentos en que lo apoya: lo que dicen, no es sino la expresión de su criterio per- sonal: los de enfrente, por lo contrario, estriban sobre el cimiento inconmovible de las disposicio- nes de Roma; y su número forma ya legión. He aquí algunos: Mocchegiani (Jur. Ecclesiástica, tomo IL, pág. 361, n.os 25 y 27) dice: «Basta el rezo de un Padrenuestro y Avemaría, o alguna corona, 0 salmo, o algún oficio aprobado por la Iglesia». El limo. Padre S. Rego (Indulgencias Auténticas, tomo I, pág. 14): «Cada fiel es libre en rezar las preces que le pareciere; en rigor basta rezar un Pater, Ave

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