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Pasaba el tiempo; la Iglesia callaba, y el corazon seráfico de Francisco se afligía por extremo. Una noche en que, para disipar ciertas diabólicas ilusio- nes corrió nuestro Santo al bosque próximo, y, desnudándose de su hábito. se revolcó en una Zarza, ésta, al contacto de aquel cuerpo puro y de aquella inocente sangre, convirtióse en un rosal de rogas blancas y purpúreas, frescas, fragantes y extraor- dinariamente hermosas; cubrióse también el suelo de maravillosa alfombra de flores (no obstante ser la época más cruda dél invierno). y saturóse la ad- mósfera de suave y balsámico - olor, En aquel mo- mento Francisco se vió en medio de fulgurante luz y rodeado de innumerables ángeles, quienes, can- tando a coro con sus inefables voces, «Ven a la Iglesia, le dicen: te aguardan Cristo y su Madre Tomando de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, pasa Francisco a la Capilla, adora ren- didamente a Jesús, y le suplica con cuanto encare- 'ande cimiento puede, se digne fijar el día de la g Indulgencia: el benignísimo Salvador condesciende al ruego. y señala aquel día del año en que el Angel quebró las cadenas que sujetaban a San Pedro en la cárcel de Jerusalén, es decir, el 2 de agosto; pero le ordena presentarse nuevamente a su Vicgrio. Melodías angélicas resonaron entonces en el templo. en honor y alabanza de nuestro Dios. y dulcísimo Salvador; al extinguirse el eco de las últimas notas se desvaneció ¿ambién la visión. Vuelve Francisco al Sumo Pontífice en demanda de la confirmación de la gracia alcanzada de Je- sucristo, llevando por vía de prueba de la conce- sión tres rosas blancas y tres coloradas del rosal milagroso. A vista de tal prodigio, Honorio III se allana y se apresura a ratificar la Indulgencia para el día asignado.

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