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* * Aquella noche fue triste y amarga. Aquella noche fue negra. Aquella no– che fue fría. Más fría que nunca, más fría que el filo del cuchillo que cortó el último mendrugo de pan. -¿Has preparado todo? -Sí. Cayó el. silencio aplastando las tlnie• bias de la noche. Estaba ya frente a la cama. Se había quitado los calce– tines y la chaqueta de pana.. . -Le he preparado una vara de fcesno . -Sí. -Puede ser una ilusión. Cayó más silencio. Y como si fuera. una piedra • rodada se metió en la cama. Crujieron los muelles y se acu– rrucó como un tigre molesto. -La vida es dura y amarga. Pero se acostumbrará. -Se acostumbrará.. . También la tierra tiene sus caminos, maldita cos– tumbre que le hemos hecho, pero no tiene alma y corazón. -También. le romperán el alma, lo sé... Más silencio. Estaban los dos ca• !entando el frío de la cama y de sus cuerpos. La noche era fría como el aullido de un lobo. -Le he ·puesto el morral claveteado, el que Uevaste cuando eras mozo y tenías sangre de novio. -También me lo entregó Quizás fuera de mi abuelo. 64 L A TRIS T E ~1 primer mendrugo ganado a costa_ de frío, de sangre, de silencio. Sobre todo el que se gana a fuerza de silencio. Juan se levantó de la cama con los ojos claros y serenos. No había dor– mido desesperado. Se sentó junto a su padre. El fuego comenzaba a chispo– rrotear mágicamente su danza de brujo. -Toma. -Gracias. Era la primera copa de aguardiente. Era la primera madrugada. La primera salida a la vida. La primera entrada en la muerte. El primer contrato de esclavitud. -¿Vienes? -Vamos. Cogió el morral. Lo miró. Hizo un gesto ambiguo y se fue tras el padre. Su madre no quiso verlo partir. Le miró luego a través de la ventana. Por la calle abajo enfilaron a la plaza y a la casona. Entraron en las cuadras. Había otros hombres con los mismos ojos y las mismas penas. Y allí estaba el rebaño . -Toma tu vara de fresno. Con ella se matan las víboras, l. '. · -Quizás. Mientras balaban los corderos y el perro saltaba alegre y satisfecho, Juan 1 tiró calle arriba y por detrás de la iglesia se fue al monte. Tañían las campanas el amanecer. Juan tenia , nueve años. a morir. -Eso es mejor que dejar que te quiten un hijo para echarlo al campo y al rebaño. -Tienes razón . Estaban como soñando, como mal• diciendo. La vida es dura, amarga. La vida aúlla en casa de los pobres, como los lobos en tiempo de nieve y ham- bre. A la vida hemos de darle el corazón de nuestros hijos, porque es carne tierna y sangre caliente... La carne de nuestros hijos se vende más barata que los corderos del amo. Es- 1 taban como soñando, como maldi· ciendo. • B ' h Í ...:.. asta. No quiero mas ijos. No 1. quiero más hijos para los lobos. -¿Basta? No basta nunca. Podría bastar el frío y la desesperación. No, no basta nunca, nunca.. . 1· Amaneció. De7aron* el calor de la ii cama y cogieron el frío de sus penas. 1 Resonaban sus pisadas secas y trá· gicas en la vieja tarima. Sonaban corno hachazos en pleno bosque. -Estará soñando. -Estará maldiciendo. -No, estará soñando. Tú no sabes cuánto se sueña el primer dinero, el * * Comenzó pastoreando los corderos. Así aprendió palmo a palmo el térml• no del pueblo. Los rincones abrigados y las hierbas más tiernas. Aprendió los setales y el tiempo de los pollue– los de cada pájaro y de cada nido. El romero y el espliego. El rumbo de los vientos y el prenuncio de las llu– vias y la nieve. Pero no aprendió la cartilla ni los cinco continentes. Apenas si pudo aprender el catecismo para hacer su Primera Comunión. Para cuando fue a la •mili• ya sa• bia pastorear las ovejas y atenderlas en sus parideras. Recoger los corde– ros, entablillar una pata rota y des– hollar la res descalabrada. Amar el campo y acariciar la mansedumbre del rebaño. Juan era bueno y honrado, como su padre. Buen pastor de ovejas y aman• te de todos los caminos y de todos los vientos, En la •mili• aprendió muchas cosas más. El ruido del mundo y el lujo de los escaparates. La dureza de los hom– bres y . el odio de los corazones. El embrujo del dinero y la suciedad de las chabolas. El despilfarro y la mise– ria. Las mujeres fáciles y el remordi· miento del pecado. La ayuda del com– pañero y el gorroneo del aprovechado. Y aprendió también a amar a una mujer. Una mujer que se le entró en el corazón y le enseñó a confiar, a mirar con ternura. a acariciar con pa-
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