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—16— porque su parte es en el estanque del eterno fuego (47). ¿Pues qué, dulcísima Señora, solo los peca- dores hemos de ser excluidos de lograr vuestras piedades? Nosotros, cuando más abandonados de Dios, ¿hemos también de ser privados de vuestro patrocinio? ¿Solo para nosotros, oh dulcísima Ma- dre de Clemencia, ha de faltar lugar en vuestras maternales entrañas? ¿Puede, dulcísima Señora, saber tanto rigor en vuestro corazón compasivo? Sí, católicos, que todo esto y mucho más merece- mos, cuando por un vil y momentáneo delito, olvidando nuestras almas, abandonamos á Dios. Sí, católicos, repito, que quien tiene el corazón tan empedernido, que no siente perder á Dios, á Ma- ría Santísimay á su propia alma, no es mucho en- cuentre tanto rigor en una Madre tan piadosa. Pero no, no desconfiemos, que no solo los jus- tos y los santos, sino también los pecadores he- mos de tener entrada'en esta Ciudad de Dios; y no solo eso, sino que también hemos de ver, co- mo no menos los pecadores, que los justos damos nuestra medida á la gracia de María, mi Señora, en su Concepción dichosa. Habla el Divino Es- poso con María, mi Señora, en los cantares, y le dice: (Oh, tú, la más hermosa entre las mujeres, si te ijenoras á timiesma, esto es, el mo emana cuánta es tu gracia, sal al campo, y allí apacien- ta tus cabritillos: Si ¿gnoras te ó pulcherrima in- 47) Apoc. v. 8.

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