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cia, que procedía del trono de Dios, bañaba ú es: ta mística Jerusalen, que en su visión registraba (21). Por eso también, si mal no entiendo, dijo David que la impetuosa corriente de este río ale: graba la Ciudad de Dios (22). Y ya se ve, si esta mística Ciudad de Dios Ma: ría, así estaba fundada, y preparada sobre las aguas santas, ¿cómo podía naufragar ó peligrar en aquel otro caudaloso río del veneno de la cul- pa, que arrojó de su boca la serpiente antigua á los pies de esta mujer prodigiosa para ahogarla en sus corrientes, como refiere San Juan en el ca: pítulo 12 de su Apocalipsis? (23) Claro está, que el mismo que en el principio del mundo dividió las aguas de las aguas, separando las que esta- ban sobre el firmamento de las que estaban de- bajo del firmamento (24), separaría'ó dividiría las aguas santas del firmamento de María Santísima; mi Señora, de las aguas ponzoñosas del infernal dragón, mandando á la tierra que ayudase á nues- tra Reina, y fuese abriendo sus senos, y tragán- dose aquel venenoso río, que había salido de la boca del dragón (25); porque así quedase viétó: riósa esta mujer fuerte, y cumplida la promesa del Divino Esposo, que en los cantares la asegura que no sólo uno, pero ni muchos tíós podrán ja- más inundarla (26): Pero no es esto lo más, que al fin como venida del (21)* Apoc. 2. 1. 23) Apoc. 12. 15, (25) Apot. 12. 16. (2) Palm. 45. 5. 24) Gen. L 6. 2) Cant. 8.7.

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