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de lo que la razon y la fé ensefian al hombre sobre la gra- ~ titud que debe al Criador, sea mi animo imponer & la humanidad una ley que antes no tuviese; nada os hago presente que no existiera en los designios divinos cuando Namaba al mundo del caos y desenvolvia 4 la humanidad de entre los pafiales de la nada; porque si ni el cedro secular alza su erguida copa, ni la pardsita yedra se arri- ma al inveterado muro sino para alabar al Criador si+ guiendo las leyes que El les demarcara; si ni el leon del desierto hace retemblar los céncavos senos de los montes con sus rugidos , ni la humilde alondra alza su vuelo con melodioso trino en el ameno valle, ni el ruiseiior esquivo alegra los sauces de los rios con su armonia siempre nueva sino para bendecir 4 su Hacedor, ; cuanto mas _criaria Dios al hombre para que en todas sus palabras y movimientos no tuviese otro fin que la gloria de Dios! 4Podran excusarse racionalmente los hombres de hacer con estos reflejos lo que practica el bruto por instinto y el arbusto por necesidad? «Pregunta, dice Job, al jumento, y él te instruird joh hombre! Habla 4 Ja tierra, y ella te respondera; dirige tu palabra 4 los peces del mar, y te hablaran en lenguaje secreto y misterioso.»» Si; la armo- nia de los elementos , los mévimientos de los animales, la titilacion de las plantas, son ecos elocuentes que ha-. blan al hombre y le ensejian ; «voces, dice David, que se oyen entre el susurro de las aguas; voces que rebraman en el copudo cedro; voces que retumban en el gigantesco monte; voces que se oyen en los movimientos del agil _ ciervo y del dguila veloz.» Omnes dicent gloriam. '. ;Ah! Qué armonioso y sublime es este concierto uni- versal que la naturaleza entona en honor del Criador! Cuando Jas suaves brisas, saliendo del mar, van recor- riendo los arbustos y cerniéndose al través del verde ramaje , «quién no siente dar saltos de alegria a su cora- zon viendo el soberbio y magnifico espectaculo de las /
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