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capitanes ilustres, nobles hidalgos que rentinciaron al mundo por entrar én la religion de la caridad fraterna. Despues de haber dejado pingiies mayorazgos, y honores y dignidades, se han ofrecido 4 Dios en las aras del amor; ahora se les ve marchar a paises lejanos, no a descubrir el oro de sus minas, ni 4 hacer ostentacion de la fuerza de subrazo, nia acometer hazaiias caballerescas; su tinico fin es redimir los cautivos con limosnas, y si éstas faltan, cargar ellos mismos las cadenas del prisionero. En pre- _ sencia de los elementos que pretenden enyolver 4 hom- — bres tan caritativos y 4 la diafana luz que arroja de si el conocimiento del caracter y de la mision de aquellos hombres, aqué idea no tendria la muchedumbre? gQué im- presion no causaria en ella una escena tan tierna? ; Ah! Yo dudo que pudiese haber un corazon que no se enterne- ciese, ni un alma que no se llenase de compuncion; cada cual al ver tan marcado heroismo, exclamaria con el dis- ‘ efpulo amado: «Nosotros tambien debemos dar la vida por nuestros hermanos.» Yo dudo tambien que se disol- viera la reunion sin que se propusiese cada uno vivir con arreglo 4 la ley del amor, anatematizando en si y en los demas los raptos, las violencias, los robos, las usuras, como contrarias & la caridad que hablaba tan practica- mente. ‘Seguid ahora i fatigosa marcha de los héroes de la caridad: vedlos cémo, despues de un naufragio inminente, van acercandosea las tierras infieles; observadlos atenta- mente, y os llenareis de un santo estupor. Apénas el cen- tinela observa la proximidad de las naves cristianas, cuan- do un grito de alarma se extiende en las ciuda des agare- nas; mil y mil bocas de fuego se aprestan en los muros; mil y mil saetas son preparadas; cada cudl quiere tener la gloria de ensangrentarse en los pechos cristianos; cada cual espera que la armada enemiga dispare un. solo tiro para arrojarse sobre ella. Mas, jqué sorpresa! con paso TOMO IIL 35
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