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dran que decir con el discipulo amado: «Si Dios did su vida por los hombres , nosotros tambien debemos estar dispuestos a morir por Dios y por nuestros hermanos.» Este eS el lenguaje del Apdstol y el del martir: cuando aparecieron en el mundo los oradores y atletas que pro- palaron esta doctrina, el mundo tenfa cadenas, y las rom- - pid; la humanidad estaba envilecida, y se ennoblecid; las ciencias estaban manchadas, y se purificaron ; los sabios _ Se creian dioses, y vieron que eran nada; los grandes se- - flores pensaron que eran inmortales en sus glorias mun- danas, y supieron que no eran sino polvo animado mo- mentaneamente, y, en fin, los desgraciados hijos de la mala fortuna estaban en la persuasion de que eran indig- nos de ser contados por hombres, y aprendieron con sor- presa que eran hijos de Dio’. Y donde quiera que se vea este emblema de tanta grandeza; donde quiera que se hable este lenguaje, se han de ver los mismoseoeee’ tados. ; Hemos llegado 4 un terreno’ iteliante de luces celes- tiales: examinemos los eventos, y sabremos apreciar dig- namente los beneficios de la Religion. En su historia y en la de un gran pueblo se encuentra consignado un hecho, y es el siguiente: de resultas de una vision nocturna se reunieron tres hombres eminentes, y determinaron fun- dar un Orden religioso, cuyo fin fuese, no sdlo la prac- tica de los consejos evangélicos por medio de tres votos solemnes, sino tambien el emplearse en la redencion de los miseros cautivos que gemian bajo el yugo del impla- cable moro, obligandose, no sdlo 4 atravesar reinos y provincias pidiendo de puerta en puerta para la obra de la redencion, no sdlo 4 surcar mares procelosos, no sdélo adescender 4 riberas sanguinarias y dar el rescate, por el desgraciado cautivo, sino 4 quedarse en su lugar, aun dado caso que supiese que habia de ser condenado a los mas atroces tormentos.

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