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>! yado, para que lo sacrifique con tal que salve 4 su pueblo; cuando el sabio obispo de Nola emplea cuantas riquezas posee en redimir cautivos, teniendo que mendigar en se- guida un pedazo de pan; cuando, no teniendo ya un dbolo con que continuar Ja redencion, se ofrece a las cadenas para que vuelva al hogar doméstico el hijo tinico de una -viuda ; cuando aquellas manos, que habian escrito tan elo- cuentes tratados, manejan la esteva, al paso que pende 4 su cuello la cadena del cautiverio, gno se descubre al través de la accion material algo que nada tiene de comun con la materia, algo que tiene su origen en el cielo, algo que con magica é irresistible fuerza persuade y convence? Sin esta circunstancia, no podriamos comprender cémo el orgulloso y altivo Atila desciende de su arrogante corcel y se postra ante San Leon, mandando 4 sus huestes que vuelvan 4 retaguardia y respeten 4 la Ciudad Eterna; sin esta virtud sobrenatural que se trasparenta en las accio- nes herdicas del cristiano, no sabriamos adivinar el por qué de los acontecimientos que han tenido lugar en las costas africanas, en que el cristiano cautivo se ha con- vertido en duefio y sefior del que lo habia hasta enténces tiranizado. Si Paulino es despedido con honor de las playas infieles para que vuelva 4 su patria con todos los cautivos; si Vicente de Paul, en los ultimos siglos, regre- sa 4 sus hogares despues de haber regado con su sudor las tierras de la barbarie, llevando consigo 4 su mismo dueiio convertido, es porque con sus acciones han predi-. cado el lenguaje elocuente de la caridad. He presentado aqui unos cuantos hechos aislados; si buscamos la causa eficiente que los produce, es necesa= rio remontarse hasta Aquel que dijo: «Amaos reciproca— mente como yo os he amado.» El amor més herdico es aquel que nos lleva al extremo de dar la vida por los ami-~ gos. «El mundo conocera que sois mis discipulos si os tuviereis reciproco amor.» Si pretendemos examinar sus XN
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