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deseaba ser anatematizado por la salvacion de sus her- manos? {No es esta aquella caridad que demostré el mis— mo, hallandose en el tribunal de Festo, con estas pala- bras mem orables dirigidas 4 Agripa: «En lo poco y en lo mucho, deseo joh Rey! que tui y los que me oyen seais lo que yo soy, excepto estas cadenas con que me hallo ata- do, cadenas tan preciosas que no quisiera cederlas 4 na- die?» ,No es este aquel amor ensefiado por el Verbo eterno 4 los hombres, y confirmado con el sacrificio de su vida: Majorem hac dilectionem nemo habet, ut animam meam ponat quis pro amicis suis? Con esta arma poderosa, los hijos de Maria subvenian 4 los males de su patria y sal- vaban a infinitas almas; familias sin ntimero veian reno- vados en su hogar los antiguos dias de serenidad y bo- nanza; el padre volvia a estrechar en sus brazos al hijo que creia sacrificado; la esposa mudaba sus vestidos de duelo; la patria recobraba sus héroes; la Religion sus hijos, y el cielo sus moradores. Hazaiias de tanto tamaiio me recuerdan aquellas herdicas acciones que la imagi- nacion acalorada de los poetas inventdéra para divinizar a los hombres grandes de Grecia y Roma, y nos traen a la memoria la gloriosa carrera de aquellos generales. muertos en el calor del combate por salvar 4 sus herma- nos. Mas gqué digo? Los héroes de la Religion no pueden ser paralelados con los del mundo; la sangre, la patria, y el mundo no ensefiaron jamas a dar la vida por sus. enemigos; sdélo la Religion ha podido inspirar al hombre este sublime dogma de la caridad, y los que lo practican sdlo pueden compararse con Aquel que bajé del cielo& . dar testimonio 4 la verdad y morir por sus enemigos. Majorem hae dilectionem, etc. ;Ah! Si alguno dice que es imposible amar 4 sus enemigos, lléguese con los hijos de la Merced al campo del rescate, y mire con atencion cuanto pasa. ;Qué espectaculo tan sublime 4 los ojos di-+ vinos, y 4un 4 los dela misma ciencia mundana! Uno por

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