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cubiertas de ignominia, si no extiendes tu mano carita- tiva al hermano atribulado» Un lenguaje tan elocuente habia de unir necesariamente los corazones divididos, y al presentarse con sus resultados 4 hombres barbaros, los habia de amansar, porque abocarse con los Abderrama- nes 4 ofrecerles oro por los cautivos, era decirles: «Vi- | nisteis al suelo cristiano 4 buscar tesoros y riquezas, ahi los teneis; nosotros los reputamos por estiéreol, y os los -damos; pero devolvednos & nuestros hermanos, que son de un valor inestimable.» gQuién no advierte aqui, ama- dos mios, sancionadas por la Religion, las leyes funda- _ mentales de la sociedad? gQuién no echa de ver que los hombres apostélicos han enseflado & los guerreros, y aun a los tiranos, que el hombre prisionero no debe ser trata- do como esclayo irracional, y que el pueblo por quien pe- leé debe, en honor suyo, mirar por su rescate? Si, cier- ~ Pe tamente; la Religion ha ensefiado 4 los hombres la subli- me filosofia del amor fraternal; y aunque la ciencia impia se haya querido apropiar en tiempos ulteriores las leyes de la guerra racional, nunca valdran sus rapifias y pedan-. terias para vender como cosa suya las indelebles maxi- mas de la caridad que les enseiié el Redentor y my que le han imitado. Demos un paso mas. La empresa de mendigar de puerta en puerta para res- catar al prisionero, la resolucion de presentarse ante unos hombres que no trataéran jamas con el cristiano sino en el encarnizamiento de las batallas, eran obras grandes; pero el ardimiento de entregarse 4 las cadenas en lugar del cautivo, es un pensamiento que no podia tener ori-~ gen sino en el cielo. ;Qué heroismo! Aferrado en sétanos profundos, abrevado con manjares hediondos, tratado eomo una bestia de carga, lloraba el misero cristiano léjos del suelo que le vid nacer. ;Ah! Era tan pronto un an- ciano venerable que stbita 6 inopinadamente fuera arre- batado del seno de su familia, que desde su ausencia vg
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