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518 - cender de su trono por salvarnos, tomando nuestra carne: ‘y cargando sobre sus hombros las cadenas que) nos escla- vizdran. Pensadlo bien , amados mios ; todos los genios. sublimes que han causado sdsnirsedon al mundo; todos. los héroes que con sus hazafias consiguieron inmortali- zar sunombre, nunca hubieran sido ni sabios ni herdéi- cos, si no hubiesen mirado como 4 un tipo nivelador & otros que les habian precedido. gCémo podriamos com- prender, si esto no fuera asi, esas virtudes hereditarias que han perpetuado el nombre de muchas familias? ;Ah! Yo no creo que haya un hombre que piense, que no se engria justamente al saber que sus ascendientes fueron sabios y virtuosos; yo creo que pocos son los hombres grandes que no tengan siempre presente un tipo de gran- deza, que van delineando en si mismos; y si no apartan de él su vista en sus obras, es muy facil que se vea eb cuadro original en la copia. ; Cuan pasmosas seran, pues, las obras de aquellos que tienen a Dios por modelo, de aquellos que no tienen otro blason que aquel amor que ehsefia 4 sacrificarse por la gloria de Dios y el bien de los hermanos! Cuando el fin de las obras humanas es éste, necesariamente han de ver la luz cosas grandes y maravillosas. Justamente, pues, he afirmado que la ins- titucion del Orden de la Merced es una imitacion de las obras divinas, pues exprime en todas sus partes cuanto hiciera el Verbo eterno para redimir al mundo. Exami- nad la historia; ved lo que hacen los hombres instruidos - por Maria para esta gran obra, y no podreis ménos de confesar que puede ser el hombre tan grande, que imite al mismo Dios. . Decir que la época en que Pedro Nolasco instituyé su Orden era época de crimenes y desgracias, | no seria decir nada, porque todos los tiempos llevan esta misma mar- cha: es preciso escudrifiar el cardcter del siglo xim, «en el cual, como dice un historiador juicioso, no sdlo habia

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