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\ mino la sociedad cristiana naciente junto & su rival la sinagoga, y la contemplo reducida 4 un corto nimero de discipulos; la persecucion, cual huracan desencadena- do, los arranca de sureposo y los desparrama en la tierra, y todas las contradicciones del judio obstinado no tienen otro resultado que el propagar el conocimiento de las grandezas de Maria. Ya noes sdlo el Carmelo el que cuen— ta un numero de cristianos, discipulos del Profeta Elias, consagrados 4 honrar & Maria, pues los iberos la elevan’ un templo en la citidad de César Augusto, en el cual se alaba al Dios que se humanara en las entraiias de Maria. Al poco tiempo de las primeras persecuciones, extiendo mi vista sobre la tierra, y veo predicadas las glorias de Maria, no sélo en Roma, sino en Aténas, en Corinto, en Efeso, en Alejandria, en la Armenia, en la India, y has- ta en la misma China, 4 donde es probable que penetré el Apéstol Santo Tomas predicando el Evangelio 4 los iddlatras. En todas estas regiones no vereis, por espacio de tres siglos, més que potros, cadalsos y espadas para los confesores de Jesus; pero ni uno solo de estos testi- . gos derrama su sangre sin bendecir mil veces 4 Maria y pedirla su proteccion. Asi es que, pasada la furiosa tribulacion que el paga- nismo suscité contra la fé en todos los limites del impe- rio, por todas partes vereis templos erigidos 4 Dios en honor de Maria; en lugar de las antiguas abominaciones, se empieza 4 venerar el pudor, la castidad, en otras tan- ias imagenes de Maria que alza la piedad cristiana para reemplazar los abominables altares de la. prostitucion; en que se ofreciera incienso al impudor. Cuando el imperio romano, no pudiendo subsistir, se le ve caer bajo la lan- za del aquilon,’se diria, en presencia de tanto horror y tanta sangre, que la Religion iba tambien 4 sufrir la suerte de las ciudades que por tantos afios obedecieran & Roma; pero no es asi: el pueblo barbaro y feroz que ha
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