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28 de ahi el cambio radical de los corazones; de ahi la ele- vacion de las almas 4 Dios; de ahi, por fin, el trato inti- mo de los hombres con su Criador, y el conocimiento vasto y profundo que hoy dia tenemos de su DatnDlere . y sus atributos. Esto lo comprendemos instantaneamente con sdélo poner en contraste hombres con hombres y tiempos con tiempos. Obsérvese lo que es, lo que piensa y lo que dice y hace aquel gran pueblo que se gloriaba de tener cabe sia Dios, y de estar familiarizado con sus prodi- gios. {Qué ideas tiene sobre la naturaleza divina! ; Qué terror le causa la presencia de Dios! Manifiéstase Este con gloria y majestad en los promontorios del Horeb, der- ramando llamas por todas sus crestas y derrumbes, true- _ nos, detonaciones, relampagos, ruido de clarines, vibra- ciones continuas de ecos celestiales, es el aparato con que la grandeza de Dios se manifiesta. ,Quién guarda se- — -renidad de 4nimo en medio de tanto remolino de fuego _como recorre la sierra de Sinai? 4Qué corazon no ‘se es— tremece al sentir los ecos. prolongados de mil trompetas que anuncian la presencia de Dios, y dicen claramente. a las turbas que hombre 6 bestia que tocare Ja raiz del monte seria apedreado? El terror fué tanto, que todos unanimes pidieron 4 voces que no les hablase Dios, sino - Moisés. Y ni este mismo Moisés, tan acostumbrado tratar con Dios, pudo contenerse ; porque era-tan terrible y espantoso lo que se veia, que al fin pronuncid estas palabras: «Despavorido estoy y temblando.» (Heb., ca- pitulo xm, 21.) Y estas mismas ideas van trasmitiéndose de padres a hijos, pues todos creen que no es posible ver la majes— tad de Dios sin morirse al instante , ni acercarse 4 ha- blarle, por no haber oido jamas su voz sino entre nubes, tinieblas, estruendos y torbellinos. Esto era en tiempos antiguos ; pero un momento llegé. en el cual todo esto

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